martes, 8 de septiembre de 2009

The Old Firm (extraido de la Don Balón 2006)


El pasado fin de semana se disputó una edición más del Old Firm, el derby de Glasgow.

Todos los países tienen rasgos definitorios. A Escocia se le asocian varios símbolos: el whisky -que en muchos puntos del planeta se pide simplemente pronunciando su gentilicio-, el monstruo del Lago Ness, Braveheart y sus héroes con faldas... Pero, tópicos a un lado, otra característica distingue a esta nación británica: su dualidad.Cualquier observador atento encontrará ejemplos de la bipolaridad escocesa. La refinada capital, Edimburgo, se erige en némesis perfecta de la más populosa e industrial Glasgow. La austera soledad de las Highlands –tierras altas- presenta muy pocos rasgos en común con las regiones meridionales, más parecidas a las del norte de Inglaterra. La comunidad católica sufrió durante el siglo XIX y buena parte del XX un acoso permanente por parte de la mayoría presbiteriana y aún hoy pugna por una igualdad completa. La lengua gaélica se resiste a morir a manos del omnipresente idioma del vecino del sur. Y, en política, el laborismo de las grandes ciudades contrapesa el gusto por la tradición de las áreas rurales, al tiempo que la población divide su lealtad –en proporciones no muy desequilibradas- entre la Reina de Inglaterra y el viejo sueño de una patria libre.

Sobre los terrenos de juego, los dos rostros de Escocia encuentran su traducción literal en el enfrentamiento de la ciudad de Glasgow, el Celtic-Rangers. Ningún lugar del mundo se estremece tanto por hora y media de fútbol como las orillas del Clyde cuando el calendario señala la llegada de un nuevo derby. Esta urbe de casi un millón de habitantes constituye la capital balompédica del país. Desde 1985, todos los títulos de Liga se han celebrado en Ibrox o en Parkhead (el Aberdeen fue el último conjunto que rompió el duopolio en la campaña 1984-85). Glasgow late, pues, al ritmo que marcan las evoluciones de sus dos equipos. De acuerdo. Aceptemos que el fútbol lo inventaran los ingleses.
Pero fueron los escoceses quienes lo transformaron en un deporte capaz de atraer la atención de las masas al reformar la ley del fuera de juego, en un principio idéntica a la del rugby (ningún jugador podía situarse delante del balón). También escoceses fueron los pioneros del profesionalismo, futbolistas que ficharon por los poderososos clubs ingleses tras la I Guerra Mundial. Y en Escocia nacieron tres figuras míticas de los banquillos británicos: Sir Matt Busby (forjador del Manchester United de la década de los 50 y 60), Bill Shankly (cerebro del invencible Liverpool de los 70) y Sir Alex Ferguson, quien sigue batiendo marcas de longevidad al frente de los red devils. Así que a los escoceses les encanta el fútbol.

Pero el Celtic-Rangers va mucho más allá de eso. Como subraya el holandés Gio Van Bronckhorst (ex jugador ‘blue’), “Glasgow es una ciudad muy dividida. No es sólo un tema deportivo. [...] Es algo que afecta a la vida diaria”.
Para entenderlo, es preciso conocer el origen de ambos clubs y lo que representan en la actualidad.
El Glasgow Rangers nació en 1873 entre aficionados al remo, convirtiéndose rápidamente en el equipo preferido por los estibadores del puerto. 14 años después, el padre marista Walfrid Kerins diseñaba una institución que recaudara fondos en favor de un comedor infantil para inmigrantes irlandeses. No pudo dejar más patente su vocación de servicio a la comunidad gaélica: lo bautizó como Celtic Football Club. Protestantes vs. católicos. Desde su alumbramiento, el Celtic enarboló las esperanzas y el orgullo de la abundante colonia irlandesa, mayoritariamente católica. Algo más tarde, y como reacción a su cada vez más poderoso vecino verdiblanco, el Rangers se erigió en símbolo de la Escocia protestante. La rivalidad no tardó en brotar, espoleada por los enfrentamientos religiosos y políticos. Ambos conjuntos se ‘conocieron’ el 28 de mayo de 1888, en el partido que, además de la rivalidad, inauguraba la historia del Celtic: los bhoys batieron contundentemente al Rangers por 5-2. Dos décadas después se produjeron los primeros incidentes con un derby como telón de fondo. Las dos escuadras se toparon en la final de Copa de 1909, que finalizó igualada. Se convocó un encuentro de desempate para desnivelar la balanza. Más de 60.000 espectadores acudieron, una semana después, a Hampden Park: cuando la segunda final estaba a punto de finalizar de nuevo equilibrada, en las gradas se propagó el rumor de que las directivas habían acordado empatar para realizar un lucrativo tercer encuentro. Así que los seguidores bhoys y gers se unieron... para saltar al césped, quemar las taquillas y atacar a la policía. Resultado: la Copa de 1909 fue declarada desierta. Aquella final sirvió para bautizar los duelos entre Celtic y Rangers como los del Old Firm (la vieja empresa), reflejando la extendida opinión de que ambos conjuntos se benefician económicamente de la antipatía que se profesan.

Durante las primeras décadas de su existencia, el derby transcurrió por los cauces de una rivalidad deportiva encendida únicamente por la proximidad de los contendientes. Sin embargo, en una década, el escenario cambió radicalmente de decorado: en 1912, se instalaba en Glasgow Harland and Wolf, un astillero que tenía entre sus preceptos el no contratar a católicos. Aquella medida sacó a la luz el larvado enfrentamiento religioso escocés. Poco después, la situación política en Irlanda terminó de envenenar el ambiente del Old Firm: en 1921, el Estado Libre de Irlanda accedió a la independencia tras más de siete siglos de dominación británica. “Sin duda, aquel acontecimiento agravó el sectarismo de las aficiones”, concluye el periodista del Glasgow Herald, Keith Sinclair.

La época de entreguerras conoció agrias disputas entre los miembros de las dos confesiones, suavizadas tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial. Pero al llegar la década de los 70, los odios de Irlanda del Norte cayeron en terreno abonado: el de una ciudad, Glasgow, asfixiada por la cruda recesión económica. El Rangers-Celtic adoptó maneras de selva sin reglas ni control. Las canciones entonadas por las hinchadas subieron de tono, incluyendo amenazas, vejaciones e insultos graves. Fue entonces cuando el derby de Glasgow se convirtió en lo que hoy sigue siendo: una válvula de escape para una sociedad dividida en dos bandos, y no sólo en lo futbolístico. De aquella época provienen las alusiones al IRA que realizan los seguidores del Celtic en sus lemas, mientras algunos sectores de Ibrox Park responden con la canción: “Estamos hundidos en sangre feniana [en alusión al Sinn Fein, partido nacionalista irlandés y rama política del IRA] hasta las rodillas, rendíos o moriréis”. Fútbol, política y religión constituyen los tres condimentos con los que se cuecen a fuego lento las fobias de Escocia. Muchos periodistas han calificado al Old Firm como el derby más caliente del mundo y, desde luego, la historia no escatima ejemplos que ilustren su opinión. Incluso luctuosos. En 1971, una avalancha en las gradas de Ibrox Park se saldó con 66 muertos, una de las mayores catástrofes deportivas de Gran Bretaña. No constituye el único mojón negativo en el camino de este derby: “El Celtic-Rangers más violento de los que recuerdo se produjo en 1980”, rememora Hugh Keevans, redactor del Daily Record. “La policía tuvo que intervenir montada a caballo. A consecuencia de aquella final, el Gobierno prohibió la venta de alcohol en los estadios escoceses”, evoca Keevans. Ciertamente, el odio se convierte en una sustancia inflamable cuando se mezcla con el alcohol. Por ello, desde hace una década, los cuatro Old Firm de liga -la Scottish Premiership tiene cuatro vueltas- se disputan durante los mediodías dominicales. “Se trata de evitar que el público acuda borracho”, revela el analista deportivo de la BBC Check Young.

Si existe una figura que haya sufrido por partida doble los vicios de esta rivalidad entre vecinos, ése es Maurice Johnston. De origen irlandés, el delantero católico pasó del Celtic al Nantes, hasta que en julio de 1989 la directiva del Rangers aprobó su fichaje. Con él se ponía fin a una política segregacionista en el club del león (sólo protestantes), que no sólo afectaba a los jugadores sino a todo el personal de la entidad (“aún hay aficionados que no lo aprueban”, revela Sinclair). Johnston vivió su particular infierno en Glasgow: acosado por unos -que lo rechazaron por su pasado y sus raíces- y otros -que lo acusaban de traidor-, decidió mudarse a Edimburgo cuando vio peligrar su integridad personal. Finalmente, optó por exiliarse en los Estados Unidos. En la actualidad dirige desde el banquillo a los MetroStars, pero renuncia a recordar su paso por Ibrox.El Gobierno autónomo ha tomado cartas en el asunto y desde 2003 trata de rebajar la tensión que preside cada duelo. Según el primer ministro escocés, Jack McConell, “la intolerancia es la vergüenza de este país”. Una frase que adquiere todo su sentido a la luz del escándalo Finlay. En mayo de 1999, el vicepresidente ‘blue’ Donald Finlay celebró con los jugadores la victoria en un Old Firm en un karaoke. Coincidió que un equipo del Daily Record estaba allí para grabar cómo entonaba canciones sectarias mientras alzaba, una tras otra, varias jarras de cerveza. Coincidió también que, aquella misma noche, aficionados exaltados del Rangers apalizaron a tres jóvenes católicos. Uno murió. Ambos sucesos terminaron con el prestigio de “uno de los tres o cuatro mejores abogados de Escocia” (en palabras de un periodista de la BBC). Un profesional respetado, con un nivel cultural alto y una sólida reputación, arrastrado por la vorágine de la discriminación.

La globalización ha invadido el mundo del fútbol. El marketing, los derechos de televisión, los jugadores de países exóticos... ni siquiera la posibilidad de trasladar a Celtic y Rangers a la más jugosa Premier League inglesa ha conseguido suavizar un ápice el carácter extremo de su hostilidad. De cualquier modo, los habitantes de Glasgow saben que el Old Firm es así, caliente, visceral. Los componentes que lo convierten en un duelo primario y racial suponen al mismo tiempo el origen de su fuerza y su atractivo. Un derby con dos caras, paradójicas y opuestas. El colegiado escocés Hugh Dallas, se expresaba así en 1999 tras recibir un monedazo en un derby por parte del público del Celtic: “Tengo amigos en el mundo del arbitraje, como Collina, a los que les encantaría dirigir un Old Firm. Yo no lo dudaría: si tuviera que elegir entre arbitrar a las mejores estrellas del continente en la Champions League o un derby de Glasgow... me quedaría con nuestra propia batalla de gigantes”.

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